sábado, 27 de agosto de 2011

Mi mascota


A veces se me olvidan contar algunas cosas que me pasan. No es ningún problema ya que así tengo alguna tontería para contar en directo cuando vuelva, delante de una hoguera o en una esquina oscura de un bar.

Resulta que uno de los últimos días que estuvimos en Saint Tropez me hice con una mascota, Una hormiga reina que acababa de perder las alas apareció en la regala y no dudé a la hora de meterla en una botella de agua vacía con un algodón húmedo y un trozo de galleta.

Las hormigas ocupan el 6º puesto en mi lista de animales preferidos detrás de perros, tortugas, delfines, cangrejos y gaviotas. El 7º si aceptamos a El Toro como animal.

Las hormigas no piden nada como mascotas y es entretenidísimo verlas trabajar. Hacen túneles, montañas, cargan comida… Siempre todo por el bien de la colonia. Una reina y todas obreras. ¿Quién dijo que monarquía y comunismo no eran compatibles?

Total que sujeté la botella con unos libros en mi camarote para que no se moviera mucho con el movimiento del barco y la cuidé y alimenté durante un par de semanas. Pensaba echar un vistazo en el Carrefour de Mónaco a ver si encontraba un hormiguero o un recipiente mejor para cuando la colonia creciese. Hasta le puse un nombre: Napoleón.

Pero por un descuido, Napoleón se escapó de la botella como su tocayo de Elba. Y la verdad es que ando algo preocupado.

Tengo sentimientos contradictorios. Por un lado espero que esté bien ya que no me gusta privar a un animal de su libertad para que luego muera. Me siento responsable de su suerte. Por otro, la idea de tener una colonia de hormigas francesas medrando en algún rincón de mi camarote no es muy tranquilizadora.

No me gustaría despertarme un día como en un remake de “Cuando ruge la marabunta” en versión moderna y con la Marsellesa de fondo.

Inquietante.

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