Total, que
me he comprado una bici. De segunda mano. Fui un día, la vi, volví dos días más
tarde y costaba diez euros más. Estafadores. Pregunté en la tienda si aparte de
vender cosas de segunda mano también las compraban. Pregunta estúpida donde las
haya ya que evidentemente no las van a fabricar usadas. El chico no se dejó
impresionar por mi estupidez y contestó que dependía de que cosas. Yo le
respondí: “Cosas como esta bici”.
Esto tampoco
le impresionó pero lo desconcertó mucho. Pasé los siguientes minutos
explicándole que prefería comprar una bici a alquilarla porque me salía más
barato pero que pensaba revendérsela en un par de meses a ellos mismos. El
dependiente, un chico rubio y delgado de 20 años como mucho, con bastante acné
y que me sacaba dos cabezas, me miró con cara de “pero que van coñen me está
contando este tío” pero simplemente respondió con un escueto: “Oh”.
Después de
pagar (de más), el siguiente desafío fue meter la bici en el Opel Meriva de mi
compañero. Durante un segundo cruzó por mi cabeza el pedalear hasta casa, pero
llovía y todo el mundo sabe (menos los holandeses) que cuando llueve no se anda
en bici. Por eso hay una obra que se llama “Las bicicletas son para el verano”
y no hay ninguna que sea “Vivan las bicis manque llueva”.
Ahora
descansa aparcada enfrente del bungaló. Se ve que es vieja, está algo rayada y
no estoy seguro de que ande bien. Ni siquiera tiene frenos, es de esas que
frenas pedaleando hacia atrás.
Seguro que
una cámara GoPro Hero 4 Silver le queda monísima en el manillar.
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