Después de
desandar lo andado y tres kilómetros más, llegué al piso una hora y cuarto más
tarde de lo esperado. Y llegué sudando bastante la verdad. Lo que me hizo preguntarme
como hará Spiderman con el traje ese de licra todo el día por debajo de la ropa
en verano en Nueva York, donde la temperatura media oscila entre los 20 y los
28 grados centígrados. No le debe llegar lo que gana en el periódico para pagar
tanto desodorante.
Cuando salí
de ver el piso había salido el sol. Recuerdo que hace mucho tiempo, en un
capítulo de “Los Trotamúsicos” el gato decía que no le gustaba meterse debajo
de un árbol cuando llovía porque así era como mojarse dos veces. No es que “Los
Trotamúsicos” sean un referente de pensamiento filosófico (que le vas a pedir a
una banda cuyo líder se llama Koki), pero siempre pensé que aquello era una
estupidez enorme y sin ninguna lógica. Pero resulta que la afirmación de Burlón
cobra sentido cuando en vez de lluvia se trata de nieve. Después de haber
nevado, te mojas mucho más debajo de un árbol que fuera del abrigo de este.
Total, que
visité el centro de Nijmegen y me gustó. Pero a las cuatro y algo de la tarde
cogí el tren de vuelta. Llegué a Oss y cogí la bici para volver rápidamente al
bungaló. No es que tuviera prisa, pero al anochecer iba a hacer un frío de la
leche y no quería que me pillara fuera. Mientras pedaleaba iba viendo de reojo
como el sol se iba escondiendo cual Will Smith en “Soy leyenda”. O cual muñeco
del Minecraft.
Llegué
cansado. Desde que llegué a Holanda compenso cinco días de no mover el culo con
dos de actividad frenética. Mañana me lo tomaré de descanso.
Por cierto,
ya tengo vuelo para ir a casa. En dos semanas ahí.
El siguiente
tren será el que me lleve al aeropuerto de Eindhoven.
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