Berghem y Oss

Mismo plan que ayer. Levantarme temprano y patear. Esta vez en dirección opuesta a la que tomé el sábado.

Después de confirmar con lástima que los autobuses no funcionan en esta zona los fines de semana, anduve los casi cuatro kilómetros que separan el bungaló de Berghem. Resultó ser un pueblo casi idéntico a Herpen. Misma iglesia, mismas casas, pero sin tienda de camas elásticas. Hice una pequeña compra y enseguida puse rumbo a Oss.

Seis kilómetros más que se me hicieron más llevaderos gracias a que calmó un poco el viento y hasta salió tímidamente el sol durante unos minutos. Era mi primera oportunidad de ver de día la que va a ser mi ciudad de residencia de los próximos meses.

Oss es una ciudad pequeña de más o menos el mismo tamaño de Pontevedra. Tiene algún edificio, pero estos son escasos y no superan las cuatro plantas. El centro está compuesto por calles peatonales flanqueadas por tiendas y restaurantes. El otro día di un paseo por la noche con el jefe de máquinas por ahí y había bastante ambientillo. Hoy era domingo y, salvo por la estatua del cerdo feliz, parecía una ciudad fantasma.

Después de comerme una hamburguesa más por sentarme que por hambre me dispuse a volver. Esta vez quise tomar una ruta alternativa que incluía un buen trecho por las pistas interiores del bosque. Esto debería ahorrarme algo de distancia y tiempo, además de protegerme un poco más del viento helado.

Al final el supuesto atajo funcionó a medias. A medio camino tuve que reconocer que estaba perdido. Por suerte los a los holandeses les gusta pasear haga el tiempo que haga, y el bosque estaba lleno de gente a la que pude preguntar. Resultó que no iba mal encaminado, pero estaba dando un rodeo del todo innecesario.

Llegué al bungaló con los pies cansados como hacía tiempo que no los tenía. Caminé algo más de veinte kilómetros, que se dice pronto.

Ya estoy pensando en alquilar una bici.