Acabo de
leer un artículo de Pérez-Reverte titulado “Aguas españolas” con el que me he
reído un rato. Ya no sólo por lo gracioso de la historia en sí, si no porque he
pensado que, según el día del año o la época de mi vida, yo podría haber sido parte
indistintamente de cualquiera de los lados de la historia. Manolo o el yate
inglés. Podéis leerla entera aquí:
http://www.xlsemanal.com/firmas/20160913/aguas-espanolas.html
Más que los
yates ingleses, me gustan los yates europeos. Desde luego prefiero cualquiera
de ellos a los españoles. El respeto por la profesión, por lo que sabes, por tus títulos, todo esto reflejado evidentemente
en el sueldo. Me gusta la manera ordenada y lógica de hacer las cosas. Me gusta
llevar todo al día y en perfecto estado de revista. Me gusta ser legal.
No voy a
negar que a veces uno siente un poco de vergüenza ajena (que se siente como propia)
al ver cosas que compatriotas hacen o dicen. Sólo tengo que ir a la playa de
Badalona con algún compañero del barco para pensar más de una vez: “Menos mal
que no entienden lo que dicen” al escuchar conversaciones a grito pelado mientras
la música suena a todo trapo. O simplemente poner las noticias. Eso es aun peor.
Pero uno no
puede (ni debe) negar lo que es. El mundo no es siempre lo ordenado que debería
y el seguir las reglas no garantiza que el resto de las personas también las
sigan. Ahí es donde los españoles sacamos ventaja. Donde somos superútiles. Ese
cruzar el semáforo en ámbar casi rojo. Ese, como me dijo un colega hace meses,
gen gitano que tenemos. En esas situaciones le damos cien vueltas a un europeo
del norte que no aprieta un tornillo sin cubrir tres impresos sellados.
Esa picaresca
me ha salvado más de una vez de alguna situación incómoda. Una camiseta de
regalo a tiempo, una propina que no hacía falta dar, una alabanza exagerada y
muy distractora a los buenos de Vryzas o Okkas…
Así que sí,
yo también le diría a Manolo que moviera su lancha y su culo desde la cubierta
de nuestro barco. Y a mí me entendería a la perfección.
Por otro
lado, imposible no ponerse de su parte si fuese un mero espectador.
En uno y
otro caso, siempre le reconocería, como dice un guiri que conozco, sus “jrandes
cajones”.
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