miércoles, 2 de noviembre de 2016

Entre unos y otros



Acabo de leer un artículo de Pérez-Reverte titulado “Aguas españolas” con el que me he reído un rato. Ya no sólo por lo gracioso de la historia en sí, si no porque he pensado que, según el día del año o la época de mi vida, yo podría haber sido parte indistintamente de cualquiera de los lados de la historia. Manolo o el yate inglés. Podéis leerla entera aquí: http://www.xlsemanal.com/firmas/20160913/aguas-espanolas.html

Más que los yates ingleses, me gustan los yates europeos. Desde luego prefiero cualquiera de ellos a los españoles. El respeto por la profesión, por lo que sabes, por  tus títulos, todo esto reflejado evidentemente en el sueldo. Me gusta la manera ordenada y lógica de hacer las cosas. Me gusta llevar todo al día y en perfecto estado de revista. Me gusta ser legal.

No voy a negar que a veces uno siente un poco de vergüenza ajena (que se siente como propia) al ver cosas que compatriotas hacen o dicen. Sólo tengo que ir a la playa de Badalona con algún compañero del barco para pensar más de una vez: “Menos mal que no entienden lo que dicen” al escuchar conversaciones a grito pelado mientras la música suena a todo trapo. O simplemente poner las noticias. Eso es aun peor.

Pero uno no puede (ni debe) negar lo que es. El mundo no es siempre lo ordenado que debería y el seguir las reglas no garantiza que el resto de las personas también las sigan. Ahí es donde los españoles sacamos ventaja. Donde somos superútiles. Ese cruzar el semáforo en ámbar casi rojo. Ese, como me dijo un colega hace meses, gen gitano que tenemos. En esas situaciones le damos cien vueltas a un europeo del norte que no aprieta un tornillo sin cubrir tres impresos sellados.

Esa picaresca me ha salvado más de una vez de alguna situación incómoda. Una camiseta de regalo a tiempo, una propina que no hacía falta dar, una alabanza exagerada y muy distractora a los buenos de Vryzas o Okkas…

Así que sí, yo también le diría a Manolo que moviera su lancha y su culo desde la cubierta de nuestro barco. Y a mí me entendería a la perfección.

Por otro lado, imposible no ponerse de su parte si fuese un mero espectador.

En uno y otro caso, siempre le reconocería, como dice un guiri que conozco, sus “jrandes cajones”.

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